ARTÍCULOS
El viaje del héroe al espacio monstruoso: metáforas de un saber biopolítico hecho novela1
The Hero's Journey Into the Monstrous Space: Metaphors of Biopolitical Knowledge Transformed into Novel
A viagem do herói ao espaço monstruoso: metáforas de um saber biopolítico feito romance
Dennis Arias Mora
Universidad Libre de Berlín, Alemania
Universidad de Costa Rica, Costa Rica dennarm@yahoo.de
Artículo de investigación recibido el 11/02/12 y aprobado el 07/05/12
RESUMEN
Siguiendo el caso del comunista y escritor costarricense Carlos Luis Fallas, se estudian las metáforas políticas de lo heroico, monstruoso y animal desde dos ámbitos. Uno contextual, donde saberes como la zoología política crítica del liberalismo de fines del siglo XIX, y la biopolítica y su mirada al cuerpo monstruoso, se constituyen en significantes de esa metafórica. El otro subjetivo, donde lo heroico es la forma narrativa y vivencial de una experiencia militante y literaria. El Caribe de la plantación bananera y la novela social Mamita Yunai, serán los universos donde se entrecruzan las metáforas y la biografía.
Palabras clave: Metáforas, Biopolítica, Héroe, Animalidad, Caribe
ABSTRACT
Drawing on the case of the Costa Rican communist writer Carlos Luis Fallas, this article explores political metaphors of the heroic, of the monstrous, and of the animal from two perspectives. The first, a contextual one, wherein areas of knowledge; such as that of political zoology and its criticism leveled at late 19th century liberalism together with that of biopolitics and its gaze at the monstrous body, become the signifiers of these metaphors; and the second, a subjective one, in which the heroic constitutes both the narrative and experiential forms of a militant and literary experience. The intertwining of metaphor and biography will be examined within the dual contexts of the Caribbean during the era of intensive banana farming and Fallas' social novel Mamita Yunai.
Key words: Metaphors, Biopolitics, Hero, Animality, The Caribbean
RESUMO
Acompanhando o caso do comunista e escritor costarriquense Carlos Luis Fallas, analisam–se as metáforas políticas do heroico, o monstruoso e o animal em dois âmbitos. Primeiro, um âmbito contextual, onde saberes como a zoologia política crítica do liberalismo do final do século XIX e a biopolítica e sua perspectiva do corpo monstruoso se constituem significantes dessa metafórica. Segundo, um âmbito subjetivo, onde o heroico é a forma narrativa e vivencial de uma experiência militante e literária. O Caribe das plantações de bananeiras e o romance Mamina Yunay serão os universos onde se entrecruzam as metáforas e a biografia.
Palavras–chaves: Metáforas, Biopolítica, Herói, Animalidade, Caribe
Metáforas de la política: lo heroico, lo monstruoso, lo animal
El viaje al espacio remoto. La selva densa. La aventura con la muerte. Intemperie y tempestad. Personajes de suerte o maldición en el camino. Cruzar a contracorriente un río. El sacrificio del animal. El agotamiento febril. La conversión personal en la odisea. Son estos, pasajes de la narrativa autobiográfica y la escritura política en ciertos episodios de la historia latinoamericana, y no sólo recortes descriptivos de la mitología clásica del héroe. Se hallan en los tempranos Diarios de motocicleta del joven médico Ernesto Guevara, en su metamorfosis en el ''Che'' durante los Pasajes de la guerra revolucionaria cubana, y en diarios y cartas de despedida en cada retiro épico al llevar la revolución por el mundo. Es también una trama centroamericana, de sus rebeliones, de sus plantaciones bananeras; fue en ese universo verde donde se dio la mutación del obrero militante comunista, Carlos Luis Fallas (1909–1966), en escritor. De médico a revolucionario, o de obrero a escritor, las metamorfosis ocurrieron escribiendo la experiencia política de la rebelión, estructurando metafóricamente el espacio caribeño como inhóspito lugar monstruoso para la visualización heroica del yo.
Abordar el estudio de esa constitución heroica en Fallas, un obrero costarricense de educación básica que se incorporó al recién fundado Partido Comunista costarricense en 1931, implica comprender en principio que el lenguaje de la política se constituye de metáforas, y que éstas, lejos de limitarse a ser un ornamento retórico, fundamentan la comprensión y el quehacer de lo político (González, 1998). Es decir, al plantearse aquí la posibilidad de que una escritura política se contenga de metáforas heroicas, hace que no se restrinjan al plano textual sino que configuren la subjetividad y, con ello, la praxis política. El mito del héroe, tal como se le conoce en la tradición occidental y en estudios de mitólogos y psicoanalistas de la primera mitad del siglo XX, se constituye de distintos pasajes; para efectos de dimensionar su elaboración en la narrativa política de Fallas, conviene limitarse sólo a algunos de ellos, como lo son el viaje lejano al espacio inhóspito, el encuentro con seres que favorecen o maldicen la travesía, el riesgo de la muerte, el combate con el monstruo y el retorno glorioso (Campbell, 2005). Las expresiones políticas de este mito en América Latina, o al menos las formas en que se le ha estudiado, remiten sin embargo a la presencia del hombre fuerte que gobierna, del caudillo, de líderes reformadores, dictadores modernizadores, revolucionarios, bandidos u obreros cuyo carisma les provee de una comunidad de recepción que incluso extiende su admiración después de la muerte e instaura o restaura su inmortalidad (Brunk y Fallaw, 2006).
Asimismo, la cuestión heroica en la política latinoamericana se reviste de la problemática intelectual, del quehacer del escritor que se acerca a lo político, de las diversas formas de vincularse con el poder en los diferentes momentos del siglo XX, fuera como maestros y mentores de estado en su fase temprana, como intelectuales de vanguardia comprometidos en la era de los procesos revolucionarios mexicano y ruso, o como figuras militantes en la época del episodio revolucionario cubano; intelectuales que se ven a sí mismos como apóstoles, profetas o mártires cuyo heroísmo del espíritu acerca su obra de escritores a una especie de santidad secular y la cuestión imperialista a una dimensión monstruosa. La historiadora Nicola Miller lo resume así:
The vision of intellectuals as heroes was a recurrent theme in Spanish American writings from then onwards. It was related to two factors: first, the power that had been lost –twentieth–century intellectuals had little chance of combining military and intellectual power in the way that some of their forefathers had done. Rodó knew, for example, that circumstances would not afford him the opportunity to fulfil Bolívar´s multiple roles as 'revolutionary, montonero [guerrilla figther], general, military leader, tribune, legislator, president [...] '. The emphasis on heroism was also a corollary of the image of the intellectual as a repository of moral values. As intellectuals lost the opportunity to be men of action, they reinforced their claims to a heroism of the spirit. In that context, creative works came to be celebrated less for their aesthetic value than for what they revealed about the greatness of the man who produced them [...] If the intellectual were to fulfil the role of bearer of the spirit of Spanish American then he was required to embody a wholeness of being appropriate to a secular saint (Miller, 1999: 106–107).
La metáfora, además, consiste en un movimiento de traslación, de intercambio de significados entre elementos ajenos donde unos le sirven a otros de significante y le proveen una imagen que, incluso, puede llegar a constituir nuevos significados (Willer, 2010). La experiencia de Fallas en el comunismo costarricense indica que sus nociones heroicas no eran solamente producto de una subjetividad cuya narrativa describía heroicamente el propio ascenso social y la praxis política, algo que, como se verá más adelante, en parte encontraba su origen en el entorno literario de la vida del obrero y escritor, antes y durante su militancia comunista. Aún más, los referentes que inciden en su escritura de lo político parecen asociarse, provenir, transferirse, desde ciertos saberes que ponían en tensión el gobernar y el expresar una crítica a ese ejercicio de poder: el saber de la biopolítica con que el liberalismo de fines del siglo XIX establece el hecho biológico como factor de gobierno, creando una razón de estado donde la preocupación principal es el gobernar las poblaciones y construir, sobre ellas, categorías raciales, corporales, vitales, disponibles de ser cuantificadas, calculadas y proyectadas (Foucault, 2008). El ejercicio de la mirada biopolítica sobre los cuerpos, a su vez, atrae para sí, o desarrolla paralelamente el conocimiento científico, la institucionalización médica y, en particular, aquella parte dedicada a auscultar los cuerpos y sus deformaciones, creando un saber teratológico (Foucault, 2001a y Gorbach, 2008) que determina el origen embrionario del cuerpo monstruoso, creando una noción del cuerpo correcto, normal, que demarca el progreso de la nación desde el análisis, la mirada y exposición de su opuesto absoluto y monstruoso.
El otro saber, más alejado del régimen de verdad del liberalismo, es el de la zoología política que, en el caso costarricense, emerge como crítica velada, sigilosa, a ese liberalismo finisecular cuya experiencia del gobernar se reviste de profundas contradicciones entre las libertades económicas, jurídicas y ciudadanas del principio liberal y las formas autoritarias y arbitrarias de afrontar la realidad política: se trata de un saber que, en tales circunstancias, se mantiene oculto, señalando las contradicciones mediante una animalización de lo político, de los gobernantes, de sus actos; es decir, es un saber enterrado, no instaurado como verdad y de algún modo conceptualmente no tan elaborado (Foucault, 2001b), donde ese pensar lo político desde lo animal convierte la política en una zoología y a sus figuras en especímenes, algunos mezclados y, por tanto, atinentes al registro de lo deforme y monstruoso (von der Heiden y Vogl, 2007).
La hipótesis de este artículo, entonces, vincula en el análisis de las metáforas, dos planos de lo político: uno subjetivo, donde lo heroico es la forma narrativa de una metamorfosis personal en la experiencia de la rebelión y del escribir político y literario; el otro contextual, donde los procesos históricos indicados (biopolítica del cuerpo y la mirada, zoología política) se constituyen en significantes de la metafórica heroica, monstruosa y animal en la escritura política de Fallas. Para ello, se realizará un acercamiento a la bibliografía que permite conocer los procesos históricos sobre los cuales se asientan esos saberes que aquí han sido diferenciados como dominante (biopolítico) y enterrado (zoológico), se mostrarán algunos ejemplos de esos saberes a partir de referencias primarias tanto médicas como zoológico políticas, y se hará un acercamiento desde registros periodísticos, principalmente al semanario Trabajo del Partido Comunista costarricense, para apreciar la evolución de lo heroico en Fallas y las formas en que se inscribieron en su escritura política esos saberes como metáforas, para dar forma a lo que sería, en un segundo momento, una novela, una escritura literaria donde eso político cristalizaría la dimensión metafórica y subjetiva de lo heroico. Justo en ese punto, sin adentrarse en los detalles y contenidos de la novela Mamita Yunai (1940), acabará el artículo, con el propósito de puntualizar la idea del complejo origen político y personal de la metamorfosis literaria.
El liberalismo y su bio/zoopolítica: metamorfosis historiográfica
Un bebé de cinco cabezas; un médico, cuchillo en mano, señala una de ellas y pregunta: ''No les parece a Uds. dejar esta cabecita que es la más simpática?'', fue el dibujo de una revista de 1905, que titulaba la imagen como ''Un fenómeno ante la ciencia médica''. La revista no era de contenido médico, se trataba de una sátira política del proceso electoral costarricense de 1906: los ''niños'' tenían bigotes o barbas, y su biberón tenía la inscripción ''1906'' (Cumplido, 1905). Poco tiempo antes, un escritor, Joaquín García Monge (1881–1958), criticaba la ''vida parasitaria'' del clero dentro del ''rebaño humano'' (Riedell, 1904). Décadas más tarde, los comunistas describieron la otredad política como ''lisiada'', ''paralítica'', bromearon con el ''bigotillo hermafrodita'' de Adolfo Hitler (Arias, 2012), y la vida en los campos de trabajo forzado nazis la describieron con un lenguaje animal: los soldados tenían ''garras'', los ''perros'' judíos trabajaban como ''bestias'' y eran llevados al ''matadero'' (Fallas, 1946 y Arias, 2011).
El lenguaje político del siglo XX se contiene de diversas metáforas, expresadas textual o gráficamente, con humor o sin él. Las anteriores referencias reúnen actores y momentos diversos, pero tienen en común los usos metafóricos en la política, particularmente una metáfora monstruosa constituida de lo animal, de lo biológico, del cuerpo deforme o enfermo. Hablan de un intercambio de significados entre la medicina y lo anatómico, la zoología y lo biológico creando nuevos referentes en la política, en su otredad, en sus corrupciones. Las metáforas han acompañado al texto político desde que este existe; su monstruo emblemático ha sido el Leviatán con que Thomas Hobbes representó el desarrollo del estado en la Europa del siglo XVII; según el filósofo José M. González García, sus usos no son inocentes y su estudio no elude el análisis del argumento político sino que complementa su comprensión, pues puede ser ilustrativa o estructural al pensamiento político (González, 1998).
La metáfora del monstruo, según los ejemplos, tampoco escapa a un trasfondo político; la consolidación del liberalismo al terminar el siglo XIX parece ser el núcleo que concentra sus significaciones animales, biológicas y corporales. Como en otras partes de Latinoamérica y Europa, ese liberalismo experimentó gobiernos autoritarios que asumieron un programa de cambios sociales, culturales y económicos para hacer coincidir sus sociedades con la incipiente democracia y con el panorama internacional del capitalismo. En el caso costarricense, un golpe de estado en 1870 fue seguido de dictaduras o regímenes arbitrarios que si bien no acataron su propio discurso democrático, sí abrieron paso a una intelectualidad liberal que efectuó reformas jurídicas, penales, educativas, militares y administrativas que afianzaron la institucionalidad secular estatal y los atributos de nación.
¿Qué lugar tienen lo animal, biológico y corporal en esa historia del liberalismo? Si la presencia mítica del monstruo se acompaña del héroe que le persigue y, como el médico del cuchillo, corta su cabeza, ¿quién es el héroe y cómo es lo heroico en esa historia bio/zoológica y del cuerpo? Aquí se delimita conceptualmente esta propuesta de análisis; de distintos modos, esos significantes de la metáfora política monstruosa ocupan el lugar del saber: 1) lo animal como saber no dominante ni hegemónico, sino sometido: una zoología política que reflexiona lo político desde lo animal, o piensa la zoología desde lo político, problematizando temas como la comunidad, el liderazgo, la ciudadanía o la soberanía, incluyendo el poder y sus abusos; en Costa Rica, ese saber zoológico político sirvió para subrayar esas contradicciones en el poder liberal. 2) El campo de la zoo–política se vincula con la biología y, en particular, con la biopolítica, un saber que se institucionaliza y crea una verdad, una racionalidad del gobernar, un modo de regir la vida, registrarla, cuantificarla, planificarla, desarrollando un saber acerca de esa vida; en el caso costarricense, como muchos otros, esto se aprecia en prácticas censales y poblacionales, políticas de higiene e institucionalización de las ciencias, entre ellas la médica. 3) Un saber de la mirada de los cuerpos: observados, medidos, regulados desde una institucionalidad que penaliza, cura y traza límites entre la normalidad y la anomalía, ese saber deja un registro visual en el que se entrecruzan la historia de la ciencia, de la fotografía y del cuerpo, pues la imagen valida el conocimiento de éste; la metáfora política del monstruo es difícil de comprender sin la construcción de un saber científico–visual sobre el cuerpo deforme.
Zoología política, biopolítica y la mirada sobre el cuerpo monstruoso son tres aproximaciones teóricas que analizan, respectivamente, las contradicciones del liberalismo, la racionalidad de su gobernar sobre la vida y los modos en que construye un saber sobre el cuerpo. La historiografía sobre algunos de estos temas es amplia, pero en ningún caso desemboca en la conceptualización propuesta; es decir, la historia política costarricense no tiene animales, miradas, cuerpos ni mucho menos monstruos.
Historiografía y procesos de la política, la identidad y lo social
El liberalismo costarricense se tiene comúnmente como exitoso por su democracia reformista y su institucionalidad estable. Sus periodizaciones distinguen momentos de dictadura y liberalismo autoritario en el último tercio del siglo XIX, y de auge liberal al comenzar el XX; sin embargo, las reformas que fortalecieron la estructura administrativa del Estado, los vínculos económicos capitalistas y los contenidos ideológicos de la nación, tuvieron una constante a lo largo del período: la capacidad de vulnerar la propia ley, expresada en la suspensión del orden constitucional y las garantías individuales, la clausura del congreso y la imposición de gobernantes sucesores (Salazar, 1981); no se trata de restar importancia a las reformas políticas y electorales al iniciar el siglo XX, sin embargo esos expertos de la ley y la reforma no abandonaron fraudes y trampas en el acceso al poder, ésta es su contradicción. El sociólogo e historiador comparatista, James Mahoney, lo sostiene del siguiente modo:
[...] the liberal state in Costa Rica was an exclusionary and illegitimate apparatus that was maintained by political and economic elites without popular consensual support [...] elite actors were faced with difficult choices about how to resolve intra–class conflicts without threatening their monopoly of governmental power. Their solution was to abolish authoritarian liberal political structures, but they did so only after a civil war [1948] had been fought that taught them that democracy was indeed the most reliable means of protecting their interests [...] At the conclusion of the liberal reform period, the Central American elite could hardly have believed that the narratives they propagated were something more than an ideological rationale for maintaining the power mechanisms from which they benefited (Mahoney, 2001: 38–39).
Como lo sugiere Mahoney al final de la cita, los mecanismos del poder en el período de reformas liberales requirieron de una narrativa que les sostuviera ideológicamente frente a una realidad contradictoria; este proceso ha sido bien estudiado por la historiografía costarricense, que ha mostrado de alguna forma que la contradicción del poder es a la vez el poder de la contradicción; se trata de la invención de la nación, esa capacidad de fijar valores sublimes por encima de una realidad que los niega o desdibuja. Atributos como la paz, el orden, la legalidad, la neutralidad y la pureza racial en contraste con el resto de Centroamérica se extendieron a lo largo del siglo XIX, pero fueron los liberales de fines de siglo quienes sistematizaron su uso creando símbolos, monumentos, instituciones, edificaciones y una pedagogía de lo nacional (Díaz, 2005). Hablar de raza blanca ocultaba una disminuida pero existente población indígena, enfatizaba el pasado español y borraba a centroamericanos, afrodescendientes y chinos que laboraron a fines de ese siglo XIX en la construcción del ferrocarril que unió al centro del país con la costa caribeña (Soto, 1998). Se elevó, además, a estatuto de héroe nacional a un soldado fallecido en la guerra contra el filibusterismo estadounidense de 1856; aunque pasaron más de treinta años, muchos parecieron recordar de repente al héroe en sintonía con su memoria oficial, lo que implicó maquillar de blanco su origen mulato. El imaginario racial se tradujo en discriminación, leyes de inmigración y tensiones cotidianas por las inestables categorías raciales; incluso se propuso una política de ''auto–inmigración'', que consistía en fortalecer la salud de la población para disminuir la mortalidad infantil y poblarse a sí mismos (Palmer, 1995), tema que remite a la política social del liberalismo, posiblemente la expresión más clara del poder de la contradicción.
Como en otros casos latinoamericanos, el liberalismo de fines de siglo XIX no fue el de un estado policía que vigilaba el buen curso de las actividades económicas sin intervenir en materia social (Palmer, 1999). Sus actividades institucionales y la labor filantrópica de sectores acaudalados crearon una temprana política social expresada, por ejemplo, en políticas de higiene, estudiadas desde la perspectiva del control social y la moralización o civilización de las costumbres populares por leyes sanitarias y penales, programas de atención, educación e ideas eugenésicas (Marín, 2007). El historiador Steven Palmer ha mostrado la importancia de la profesionalización médica en la consolidación del proyecto liberal, algo reflejado tanto en la presencia de médicos en política y en el gobierno, como en la imbricación del poder público y la bacteriología, lo cual incidió, como en otros países, en el intercambio de saberes y en las metáforas biológicas de lo político que hablaban de la sociedad como cuerpo orgánico enfermo o sano, del estado maternal, del crimen como enfermedad, etc. (Palmer, 2003). Pese a sus contenidos, esta historiografía de la política social no ha hecho consideración del concepto de la biopolítica.
La relectura historiográfica (de la política del liberalismo, de la invención de la nación desde el racismo y lo heroico, y del control y la política social) desde un énfasis en la paradoja de la contradicción del poder como poder de contradicción, permite acercarse a los procesos históricos que constituyen los saberes antes mencionados: la zoología política de la contradicción liberal, la biopolítica del cuerpo y la mirada y la teratología como saber del cuerpo deforme y monstruoso, de tal modo que pueda crearse una historiografía política que dé espacio a los animales, a los monstruos y sus cuerpos.
Zoología política de la contradicción liberal del poder
En primer lugar, existe un saber de la política que se expresa zoológicamente, un discurso de la animalidad que señala las contradicciones del liberalismo. Ello se encuentra en la figura multifacética de José María Figueroa (1820–1900), un explorador, dibujante, cartógrafo, etnógrafo, geógrafo, cronista y genealogista cuya obra en la segunda parte del siglo XIX apenas se revela hoy lentamente; sus contenidos permiten reformularse el conocimiento sobre la era liberal, desde la crítica figurada zoológicamente. En una época donde la prensa es limitada por el ejercicio autoritario del poder y el arte aún es un oficio práctico sin aspiraciones estéticas o académicas, Figueroa sería lo más cercano a la figura del intelectual crítico del siglo XX que, con creatividad, se mofa del poder, se vincula con él y vive las consecuencias de esa ambigüedad; su modo de expresión fue la sátira política mediante el dibujo, el verso y la combinación de estos para animalizar y monstrificar personajes del régimen liberal luego de 1870, en momentos en que se levantaba lentamente el edificio mítico de los héroes liberales. Figueroa fue impecable con la dictadura del general Tomás Guardia entre 1870–1882, con sus nociones de progreso limitadas a construir el ferrocarril a la costa del Caribe, con el aumento de la burocracia y su corrupción, para lo cual siguió la pista de casos y escribió historias de infamia: sin un lenguaje de rendición de cuentas y de combate a la corrupción, la infamia fue el concepto para narrar lo corrupto, y la bestia, la representación de la bajeza y abuso del poder. Véanse dos breves ejemplos, comunes a la zoología política (Derrida, 2010): el acto devorador del animal soberano contra su comunidad y el mal representado con reptiles e insectos:
Fue en esa época cuando apareció la monstruosa, y Soberana Convención Nacional la mayor parte de ella compuesta de diputados víboras extremadamente ponzoñosas que devoraron al país y lo mutilaron [...] (Figueroa, 2010: 3–4).
[...] animales desenfrenados [...] Y traidores de profesión/ de rapiña tan audaz/ que por delante y por detrás/ destruyen la nación./ Robándola sin cesar/ y mal gastando el erario [...] Para engañar al pobre país/ que la desgracia ha tenido/ que se le hayan introducido/ gorgojos al maíz./ Langosta, polilla y zompopos/ Cucarachas, chapulines o pulgones./ Jobotos, ratas y ratones./ Ardillas mapa chinches y Topos/ y cuanta sabandija es dable/ a devorar su país natal [...] Sanguijuelas para chupar/ la sangre [...] de su patria moribunda/ y como vampiro insaciable/ que chupa de noche y día (Figueroa, 2010: 71–72).
Por ahora, Figueroa representa el único testimonio de una zoología política del siglo XIX en Costa Rica, además de ser una de las críticas más sistemáticas al período liberal iniciado por Guardia; para entonces, el terreno de la oposición política se hallaba muy limitado, de forma que su ejercicio se inclinaba muy pronto hacia el recurso de la conspiración con colaboración o en combinación con los conflictos del istmo centroamericano, que desde poco antes de mitad de siglo no había logrado recomponer la república federal que lo unía: las conspiraciones a lo largo del período fueron, no obstante, repelidas por un régimen que había transformado de manera efectiva las estructuras del ejército nacional (Díaz, 2005). Con limitaciones en el campo de la prensa y una labor de imprenta muy vigilada por el Estado mediante legislaciones o control de los talleres privados (Vega, 1999), el transcurrir de ideas no era espontáneo y, de hecho, la obra donde Figueroa animalizaba las contradicciones y arbitrariedades del liberalismo, Figuras y Figurones, se mantuvo inédita y, a la muerte del autor, fue adquirida y resguardada por el presidente General Rafael Iglesias (1894–1902), hasta ser descubierta recientemente, más de un siglo después de su creación, en la biblioteca del ex–gobernante bajo cuidado de sus descendientes, lo cual selló el destino de saber enterrado, sometido, de la obra de Figueroa.
Biopolítica e intervención en los cuerpos
En segundo lugar, es posible analizar la biopolítica del cuerpo en revistas médicas publicadas entre 1890–1950. Fueron publicaciones que difundieron resultados de investigación, casos atendidos por médicos, su labor en las políticas de higiene del Estado y consejos al respecto, revelaron la evolución institucional de ese saber y los vínculos con otras instituciones médicas del mundo. Son publicaciones que, asimismo, permiten problematizar el saber médico como política sobre el cuerpo y la vida, y la imagen de heroísmo y redención de los médicos frente a la enfermedad y suciedad de los pacientes. La fotografía fue fundamental en ese ejercicio del saber y de creación de una verdad sobre el cuerpo; sirvió para registrar y verificar la construcción del conocimiento, lo cual ayuda a conocer el lugar de la mirada en ese saber institucionalizado, una mirada al cuerpo enfermo o deforme que funda las nociones de lo correcto y saludable, determinantes del buen curso de la nación; de allí el carácter político de ese saber. Sus textos dejan ver el cruce de la verdad médica con las nociones de progreso nacional, la preocupación demográfica y económica frente a la mortalidad infantil y las relaciones patriarcales de género que, en el saber médico, apelaban a la animalización criminal de las mujeres:
¿Qué razón podrá invocar pues, en su defensa la madre criminal, esa hiena humana, hedionda a sangre inocente, que revuelta contra el amor que da la maternidad, que revuelta contra el dulce placer de ser madre, que revuelta contra la vida en germen, que es vida propia, torna la mano alevosa y acomete con saña apenas creíble el fruto de sus propias entrañas? [...] mujeres [...] infelices [...] lascivas, libidinosas que [...] [en] [...] el placer de la carne, hacen abstracción de sentimientos maternos disecando en su cuerpo [...] como si les estorbara el poder divino de dar hijos a la patria, el más noble fin de la mujer (Picado, 1901: 250).
El cuerpo femenino en el saber médico, quedaba a expensas de una biopolítica que tanto se preocupaba por la vida desde su estado embrionario, como se ocupaba del destino de las poblaciones a las que debía servir. La jerarquía de género es visible en el recurso animalizador de ese cuerpo, el cual se encuentra bajo una mirada vigilante que alcanza la cotidianidad o los espacios institucionales y legales que regulan la transgresión, como sucedió con las políticas de higiene, las regulaciones contra enfermedades venéreas, prostitución y el encierro psiquiátrico femenino (Flores, 2007); es también una mirada que alcanzaba a los cuerpos en sus contornos y en su interior, capaz de registrarlo en una imagen, pero también de observarlo por dentro, haciendo de ello un recurso curativo pero igualmente con implicaciones sobre el alcance de la mirada y su capacidad de elaborar un conocimiento sobre el cuerpo. Véanse dos ejemplos donde se valora la importancia para la medicina del descubrimiento de los rayos X y del uso de la fotografía:
[...] El diagnóstico y tratamiento de las afecciones óseas y de las fracturas, han hecho notables progresos, gracias al descubrimiento de la radiografía y a la posibilidad de fotografiarlas. En las fracturas, y especialmente en las luxaciones, la fotografía ha sido un medio diagnóstico seguro, aumentando hasta el límite [...] la responsabilidad del médico. / En la ortopedia, la radiografía ha hecho que fuera la apreciación más rigurosa que antes [...] (Czerny, 1900: 132).
El primer caso [de viruela] fue probablemente el ocurrido en la familia del comerciante [X...] La siguiente familia contagiada [...] se compone [del hombre...] su mujer y de ocho hijos [...] el 2 de abril tomé la fotografía que acompaño, la cual muestra de la mejor manera la erupción copiosa que desarrolló [...]. (Jiménez 1902: 206).
La mirada a la deformidad monstruosa del cuerpo
En tercer y último lugar, esa manera de acercarse al estudio de la biopolítica del cuerpo, a partir de la mirada que sobre éste diseña, permite arribar al registro de lo monstruoso dentro del saber médico, particularmente a la forma dramática y horrorosa con que el testimonio escrito y fotográfico presentó el nacimiento del cuerpo deforme. Como en los casos anteriores, este tipo de registros no sólo expresaban la formación de una ciencia (o de una ciencia dentro de otra: la teratología dentro de la medicina), sino que mostraban los rasgos de género, clase y raza con que se ejercía tal saber y se constituían los imaginarios corporales de la nación; en el lugar de la enfermedad, de la deformidad y del cuerpo por corregir, aparecieron solamente imágenes de personas de origen popular, trabajadores o sus hijos; las únicas fotografías contrapuestas a ese cuerpo plebeyo eran los solemnes retratos de médicos.2 Véanse dos pasajes sobre el fenómeno monstruoso y su cercanía con la muerte:
A eso de las cuatro de la mañana del cinco de octubre próximo pasado, la señora N.N. dio a luz un fenómeno [...] El parto [...] fue tardío y difícil [...] el tamaño del feto hacía sospechar que éste no era aún de tiempo [...] Terminado el parto, nos encontramos en presencia de una niña, una niñita singular que no estaba llamada a vivir mucho./ No era la piel de este ser, la usual que vestimos todos; su dermis dura, seca, amarfilada y brillante, estaba marcada en todas direcciones por surcos [...] que daban a la chiquitina un aspecto raro de original belleza. Las bandas y los surcos se debían a la falta de desarrollo de la piel [...] La cara era una monstruosidad. Los ojos aparentemente no existían, ocupando el lugar de tan importantes órganos, dos masas carnosas, que avanzaban hacia el exterior como para poner espanto en quien las mirase (Rucavado, 1902: 53).
El término Focomelia corresponde a una peculiar irregularidad en el desarrollo de las extremidades [...] En Teratología estos casos se clasifican entre los monstruos. A pesar del efecto repulsivo que ellos producen, es sin embargo interesante observar anatómica y fisiológicamente, a uno de estos monstruos [...] la cabeza, el tórax, la columna vertebral, los órganos internos, etc., siguen normalmente la ley de dirección del desarrollo, mientras que los procesos locales de las extremidades (una, dos, tres o las cuatro extremidades) se detienen por una causa desconocida hasta hoy [...] Tenemos la intención de ocuparnos más adelante del estudio de casos semejantes, para profundizar en ellos./ Por ahora deseamos dar a conocer el siguiente caso de Focomelia absoluta: Historia de [F...] El padre alcohólico por algún tiempo; la madre una campesina, sana. Actualmente ambos sin trabajo. Padres e hijos se notan mal alimentados [...] A su llegada y bien envuelto, el niño parecía un individuo normal. Lloraba con fuerza; respiraba con cierta dificultad. Los ojos y la boca se abrían normalmente [...] las orejas eran imperforadas en su parte blanda. La lengua pequeña y corta; las amígdalas hipertróficas. La configuración de la cabeza parecía normal. Desprovisto de ropa podía apreciarse un tronco bien desarrollado [...] El niño murió a los 7 días consecuencia de Pneumonia. La autopsia no dio nada extraordinario fuera de lo ya relatado [...] se trata de un Focomelo, según lo entiende Geoffroy St. Hilaire en su libro ''Traité de Teratologie''. París, 1836. Como muy pocos casos de Focomelia absoluta han sido descritos, hemos creído conveniente publicar este (Grillo, 1936: 355–356).
Las anteriores descripciones permiten conocer las formas de razonamiento de esa biopolítica que mira los cuerpos; si bien se crea un conocimiento a partir de tipologías y clasificaciones que tratan sin éxito de encontrar una explicación del fenómeno del cuerpo monstruoso desde el saber de la teratología desarrollada en Europa, hay un contraste continuo frente a una normalidad, una diferenciación desde las imperfecciones y el mal funcionamiento corporal, un desorden orgánico descrito desde las rarezas de la superficie hasta la profundidad, una vinculación de ese cuerpo y su monstruosidad con el origen popular, campesino, patológico, del entorno familiar, una capacidad de crear horror y rechazo, espanto y repulsión. Se trata de descripciones marcadas por la muerte que fueron siempre acompañadas de imágenes fotográficas de esos cuerpos, manifestando preocupaciones que surgieron al mismo tiempo que se reforzaron los imaginarios raciales de la nación y que se debatieron los problemas de mortalidad infantil ante el dilema de la despoblación y de la necesidad de una auto–inmigración, es decir, del cuidado y mejoramiento de la salud y del cuerpo, lo cual se acompañó de constantes discusiones y propuestas eugenésicas.
Es necesario puntualizar algunos aspectos de estos saberes, antes de apreciar su reproducción y reformulación metafórica en la obra de Fallas. Primero, la zoología política reúne aspectos medulares del gobernar que permiten estudiar las contradicciones del poder liberal y decir que la política tiene animales. Segundo, la biopolítica del cuerpo posibilita examinar el poder de la contradicción liberal en el terreno de los imaginarios raciales, sexuales, de clase o incluso heroicos de la nación; recuerda, asimismo, que el héroe no existe sin el monstruo: son una presencia política donde uno, el médico, está en cacería epistemológica del segundo, el cuerpo monstruoso. Tercero, la zoología política, la biopolítica del cuerpo y la mirada a la deformidad monstruosa entre los siglos XIX–XX acercan la micro y la macro–política, esa minuciosidad de los cuerpos que determina la generalidad, el progreso de las naciones, creando con ello un conjunto de significantes que se transforman en el lenguaje político de las metáforas monstruosas del siglo XX.
Metamorfosis de lo heroico y el espacio de lo monstruoso
El liberalismo de fines del siglo XIX dejó dos importantes legados en la noción social de lo heroico; primero, inventó un héroe nacional que los procesos de independencia centroamericanos no proveían, por lo que una guerra contra el filibusterismo estadounidense en 1856 se convirtió, más de tres décadas después, en el mito fundacional, y un soldado allí muerto, en el héroe que de repente algunos decían recordar (Méndez, 2007); segundo, la consolidación del liberalismo se vio marcada por la figura redentora del médico presente en la política y que incidió, como se vio en el apartado anterior, en la temprana (bio)política social de medidas eugenésicas, sanitarias e higienistas que buscaba civilizar lo popular, construir científicamente un cuerpo saludable y correcto con el cual hacer progresar a la nación y, claro, a la raza.
Al iniciar el siglo XX, se afianza institucionalmente el héroe oficial (Juan Santamaría) y el imaginario civilizador e higienista se prolonga en el origen de una intelectualidad crítica del liberalismo, la cual expresa heroicamente su compromiso político mediante la atención a la cuestión social, la incursión en organizaciones obreras y la difusión de ideas antiimperialistas, pero se relaciona ambiguamente con el Estado en labores culturales y de educación; le reclama al Estado liberal, a través de ensayos políticos y piezas literarias, mayor atención a los problemas sociales, pero reproduce a la vez el imaginario de la raza blanca (Morales, 1994; Solís y González, 1998 y Molina, 2004), de la virilidad y la misoginia, así como el prejuicio por la suciedad y anomalía de lo popular (Arias, 2011).
El comunismo costarricense, fundado durante la crisis de 1929–1931, participará de aquella cultura contestataria y de las nociones heroicas de lo político y del curar un cuerpo social; reflejará, por ejemplo, el heroísmo de la escritura comprometida en la política y la literatura internacional durante coyunturas como la Guerra Civil Española (1936–1939), la Segunda Guerra Mundial (1939–1945) y la participación soviética en la derrota del nazismo (Arias, 2010 y 2011b). A la vez, en buena parte gracias a la cercanía de algunas mujeres militantes como Carmen Lyra (1888–1949) y Luisa González (1904–1999) al magisterio y a las políticas sociales del liberalismo en las primeras décadas del siglo XX, el comunismo prolongaría aquella tendencia a feminizar y maternizar la cuestión social (Arias, 2008), incorporaría principios de política social en el Programa Mínimo del partido (Molina, 2000) y sus regidores en la capital San José promoverían activamente labores de higiene en la ciudad (Botey, 2009); asimismo, asumiría la ideología corporal de la ortopedia y reparación del cuerpo no correcto, lo cual manifestaron tanto en su admiración por médicos protagonistas de famosas operaciones correctivas que les valieron la imagen de santidad social (Low, 1988), como en las formas de metaforizar la otredad política denigrando por medio el cuerpo lisiado o discapacitado (Arias, 2012): aquellas referencias mostradas antes sobre lo lisiado, paralítico o hermafrodita fueron externadas dentro del comunismo.
Un joven obrero como Carlos Luis Fallas, con experiencia en el trabajo de las bananeras del Caribe costarricense a mitad del decenio de 1920 y zapatero en su ciudad natal de Alajuela, en el Valle Central, ingresará al recién fundado Partido Comunista y aprovechará su educación básica para agregar labores de redacción a su activa militancia. Este dato, y su encuentro con la escritora, educadora y militante Carmen Lyra, parecen haber iniciado una metamorfosis donde el obrero se convertirá también en escritor y de donde emergerá paralelamente la noción subjetiva, política y literaria de lo heroico; no sería mucho después que, aparecido el héroe, tendrían presencia las metáforas de lo monstruoso y, con ellas, del saber biopolítico de los cuerpos. En 1933, Lyra, una reconocida escritora, dio declaraciones sobre Fallas, anunciando diversos aspectos fundamentales en la metafórica del futuro escritor: primero, el entrecruzamiento de lo político y literario; segundo, los rasgos heroicos en la experiencia narrativa de esos saberes, de la rebelión y de su curso biográfico (básicamente, un extraordinario ascenso social y cultural); y tercero los trazos de un espacio insalubre, monstruoso, en el mundo de las bananeras:
Fallas es muy estudioso y conoce a fondo la teoría marxista. ¡Y valiente como el solo! No parece de Costa Rica. Me gusta mucho oírlo contando su vida. He pasado muy buenos ratos escuchándolo narrar sus aventuras. Podría escribir con ellas un libro como el 'Tom Sawyer' de Mark Twain, 'Caballos y hombres' de Sherwood Anderson o 'Mis universidades' de Gorky. Estudió hasta el II año, [pero] aprende sobre la vida misma, en las frecuentes escapadas de la escuela; en los campos, en las pozas, encumbrando papelotes, haciendo presas en las acequias; fabricando pólvora para petardos, aparatos de radio con las piezas que otros desprecian y leyendo libros de aventuras heroicas. Fallas salió del colegio y se fue a rodar tierras como los príncipes de los cuentos. Se metió en la zona atlántica que conoce muy bien. él sabía todos los métodos y tácticas que tienen la United y los bananeros costarricenses y extranjeros para explotar trabajadores y burlar al Estado. Ha estado metido hasta la cintura entre el barro y llevando agua por días de días trabajando en los derrumbes de la línea; ha volteado montaña rodeado de alimañas y pantanos: ha convivido con gente maleante, individuos resistentes como piedras, sin temor de nada ni de nadie y ha salido de su compañía siendo él mismo y dándose cuenta de lo que hace la explotación del capitalismo con los seres humanos. Ha sabido qué son las fiebres malignas y el paludismo y en más de una ocasión lo sacaron entre la vida y la muerte de aquellas remotidades salvajes que la explotación yanqui ha hecho todavía más salvajes. Esas han sido sus universidades: los bananales con sus bocaracá mortíferas, sus pantanos en los que acecha el paludismo y sus ríos poblados de lagartos y tiburones: los muelles con sus vastos horizontes; sus barcos llenos de sugestiones; los caminos; trenes; tractores; rocas; tajos de piedra; talleres de zapatería. Porque Fallas también es zapatero. Y en todas sus aventuras lo han acompañado los libros. En estos lugares ha aprendido mucho, sobre todo lo que es la injusticia del capitalismo con todo su horror. Pero también ha aprendido a rebelarse y a no perder la fuerza necesaria para luchar contra él (Lyra, 1933: 2).
El Tom Sawyer anhelado por Lyra debería esperar todavía unos años, cuando en 1952 publicó Fallas su reconocida novela Marcos Ramírez, la historia de un niño que contenía diversos trazos autobiográficos de Fallas, y donde se invierte la jerarquía de la realidad y la ficción, al ser esta última la que sirve como testimonio de las declaraciones de Lyra. éstas, además, prefiguran un héroe; Lyra da su entrevista en el contexto de la designación de candidatos a diputados dentro de la organización comunista, y la imagen de ese obrero convertido en militante –quizá en diputado, potencial escritor de sus aventuras– es la de los ''príncipes de los cuentos'', como el propio protagonista de las ''aventuras heroicas'' que de niño leía. Marcos Ramírez nuevamente sirve como posible verificación ficcional de lo biográfico, pues allí aparece un pequeño, asiduo lector de Emilio Salgari, Julio Verne y Arthur Conan Doyle, deseoso por lo demás de repetir los viajes maravillosos que aquellos literatos narraban: algo que se realiza en las últimas líneas de la novela, cuando dice ''definitivamente me iría para Limón'', ''¡Se iniciaba la gran aventura, la aventura de mi vida!'' (Fallas, 2009: 241).
Por las pistas que brindan los cruces literarios y biográficos de Fallas según las declaraciones de Lyra y la escritura de un Tom Sawyer–Marcos Ramírez, es singular la importancia que tiene en la constitución heroica del niño–obrero–escritor el motivo del viaje. Adicionalmente, en la configuración de una narrativa heroica del quehacer político comunista, era necesario un espacio monstruoso donde efectuar lo épico, y ello tuvo que ver con los sitios de intervención, efectiva o no, de las políticas sociales del estado liberal. En tal sentido, la referencia monstruosa a la ciudad era ínfima frente a la descripción del mundo de las plantaciones bananeras, bien conocido por Fallas. La primera incorporación del espacio bananero a la literatura costarricense fue realizada por Carmen Lyra y su relato Bananos y hombres en 1931 (Quesada, 1998), una década antes de la publicación de Mamita Yunai de Fallas, por lo cual no debiera descartarse la hipótesis de que los relatos fueran producto indirecto de la coincidencia de Lyra y Fallas en el Partido Comunista aquel año; tanto pudo dar ella una imagen heroica a los episodios biográficos de él, como éste pudo brindar material a la nueva dirección socioeconómica que tomaba la producción literaria de la escritora. Sus relatos de plantación, que combinaban su reconocido estilo compasivo y emocional con una renovada señalización de la dialéctica trabajo/capital y Estado liberal/región caribeña, prefiguran algunos de los puntos medulares de la escritura política, hecha novela, de Fallas: la vida de trabajadores, mujeres y niños, las tragedias de la injusticia social en las bananeras, el drama de las enfermedades, el maltrato de los cuerpos y la soledad terrorífica del entorno espacial bananero (Lyra, 1977).
Las plantaciones fueron resultado de los trabajos del ferrocarril desde la década de 1870 y la participación de empresarios estadounidenses como Minor C. Keith (1848–1929), quien por ello obtuvo enormes concesiones de tierra, fundando a fines del siglo XIX la United Fruit Co. Para entonces, el Estado costarricense realizaba labores de saneamiento en el país, incluso la provincia de Limón, en el Caribe, tuvo avances significativos en cuanto al sano funcionamiento como ciudad portuaria; pero el entorno de las bananeras escapaba a esos cambios urbanos, mientras que la presencia de indígenas, trabajadores afroantillanos, asiáticos y centroamericanos convirtió la región en una otredad salvaje, incivilizada e insalubre en los márgenes de la nación y sus discursos de blanquitud, progreso e higiene. Desde muy temprano, la administración de Tomás Guardia se trazó la tarea de una obra de progreso como el ferrocarril ''al Atlántico'' (entiéndase la costa del Caribe) y en la descripción de ese espacio brotaba la animalidad y el exotismo salvaje:
¡Poder del progreso y de la civilización, que transforma en florecientes ciudades las que antes eran playas desiertas; que da animación y vida y movimiento y ruido a bastas soledades habitadas por las fieras de nuestros bosques! De hoy en adelante, el Limón figurará con honra en el mapa de la costa del Atlántico [...] ella acortará inmensamente la distancia que nos separa de los grandes centros de la civilización (Guardia, 1873: 89).
En la metafórica del poder, el espacio caribeño imponía una lucha contra la naturaleza, la cual sería sometida por el paso del ferrocarril:
[...] lo más conveniente es dar tiempo al Gobierno para que, con solo los esfuerzos del país, salga victorioso de esa gigantesca lucha entablada contra la naturaleza, hasta que quede del uno al otro mar aprisionada por los rieles y bajo el peso de la locomotora (Guardia, 1880: 160).
Pero el paso del ferrocarril supuso también el inicio de la producción bananera en manos de una empresa estadounidense bajo prácticas regionales de índole imperialista (Quesada, 1998). Posiblemente gracias a la experiencia de Fallas, el espacio bananero se convirtió en una temprana agenda política del comunismo y –como se sugería líneas antes– en tema literario; todo aquello por sanear, regular u ocultar en el país, lo que brotaba en esa piel oscura y enferma del cuerpo nacional. No fueron pocos los textos comunistas que trazaron un paisaje monstruoso, animalizado, de aquel espacio; en 1932 decían:
Minor C. Keith tuvo la paciencia de esperar, agazapado, con la actitud del felino que espera un descuido de su presa, para aprovecharlo. Organizó el primer trust bananero, amalgamó su compañía con una de Boston, resultando del ayuntamiento un pichón de ave de rapiña. De Centro América había extraído ese pulpo rapaz muchos millones. Los campamentos se alzan en los suampos; y en galerones infectos, sin ventilación, sin luz, se hacinan como rebaños de bestias los esclavos asalariados. Estas condiciones higiénicas insoportables han cumplido su implacable misión. Las fiebres, las úlceras malignas, el paludismo, reinan soberanamente en el enorme feudo de esa devoradora de hombres que es la United Fruit Co. La bananera ha hecho de las pestes y enfermedades endémicas de la línea un negocio más. A sus empleados les redujo un tanto por ciento fijo para sostenimiento de hospitales que son insuficientes para contener los que a ellos llegan, así fomenta entre sus peonadas ese odio que un día, que nosotros presentimos próximo, estallará con el grito de las fusilerías (Trabajo, 1932: 6).3
Ya había un héroe que conocía ese universo verde y salvaje. Ya había un monstruo, un animal, fuera un pulpo que en la metafórica antiimperialista del comunismo extendía sus tentáculos en la región, o un felino que era la viva imagen del empresario capitalista (Quesada, 2003). Había un escenario, un espacio monstruoso, donde se concentraban enfermedades, oscuridad, injusticias sociales, pantanos sin intervenir por el estado liberal, el cual curaba ciudades y puertos, pero no aquel mundo laboral que se engullía a sus trabajadores. El héroe regresaría, viajaría de nuevo a aquel espacio que en algún momento lo expulsó enfermo y agonizante, donde había comenzado la ''aventura de su vida'' casi al extremo de quitársela.
El viaje heroico: rebelión, carisma o el héroe como su propio poeta
La metáfora, como se ha apuntado ya, no es solamente un recurso retórico, ayuda a la comprensión del mundo e incide en la forma como se actúa en él; y lo heroico no es solamente una estatuaria o un mito de lo nacional, sino que se reproduce en la vivencia política y social de los sujetos históricos, forma parte constitutiva de su personalidad sacrificial; se refleja en la escritura, en este caso, de la rebelión; a su vez, el carisma completa lo heroico cuando hay una comunidad que sigue y canta la gesta épica. La huelga bananera de 1934, liderada por el partido al lado de los trabajadores bananeros, proveyó de tales recursos a Carlos Luis Fallas; incluso consolidó la legendaria oralidad comunista sobre sus tempranas aventuras y el deseo de Carmen Lyra de hacer un Tom Sawyer de ellas.
La huelga bananera ocurrió entre los meses de agosto y setiembre; poco antes, por un discurso donde llamó ''asesinos'' a los congresistas, Fallas fue condenado a confinamiento en la provincia de Limón, un mecanismo penal común desde el siglo XIX. La penitencia fue aprovechada por el Partido Comunista para organizar a los trabajadores bananeros; no mucho después comenzó un movimiento huelguístico de considerables proporciones en el cual Fallas sería el Secretario General. No es objetivo de este texto detenerse en los pormenores de la huelga, basta decir que buscaba resolver todo aquello que daba un carácter incivil, insalubre y animal a aquel espacio: bajos salarios, falta de atención médica, precarias condiciones de vivienda, cupones en vez de dinero como pago, falta de botiquines y de suero antiofídico para prevenir las mordeduras de serpiente (Acuña, 1984). Las demandas para cambiar estas condiciones fueron burladas en la negociación, el movimiento fue reprimido, pero, al final, se consiguieron algunos compromisos. La experiencia de rebelión produjo una metáfora que recreaba el heroísmo político–subjetivo en Fallas: primero, aparecían los trazos del espacio monstruoso; segundo, se disponía de un lenguaje sacrificial, disposición fundamental para la constitución del héroe; y tercero, se revela el carisma que acompaña su existencia y posteridad. Sobre el espacio monstruoso, véase un artículo cuyo título es ya premonitorio: ''Cómo se hizo la huelga de la zona atlántica. Lucha heroica despiadada con el clima, con los temporales, con las culebras y la policía, a través de las montañas y de los grandes lodazales''. Dice Fallas:
Hay que conocer aquel ambiente lleno siempre de fuego tropical o de agua copiosa y persistente, aquellas montañas intrincadas pobladas de culebras venenosas, aquellos fangales que son criaderos de zancudos palúdicos, para darse cuenta clara de lo titánica de la lucha huelguística que acaba de librarse. Muchas veces con el fango al pecho, otras con el precipicio a los pies, y siempre jugándose la posibilidad de las mordeduras de culebras. Los peones acogieron la huelga con gran regocijo. Todos han trabajado como héroes, haciendo jornadas increíbles, sin comer, de día y de noche, bajo torrenciales aguaceros. Esta carta estoy haciéndola dentro del rancho, con el agua casi hasta la rodilla. Imagínate que así vive todos los días del año esta pobre gente. Te aseguro que ni los animales soportan esta vida, excepción hecha de los sapos (Fallas, 1934: 3).
En las palabras de Fallas se hace presente la animalidad, una zoología política que es metafórica en la medida en que se inscribe en una constelación de recursos biográficos, contextuales y ficcionales que han hecho de él una especie de héroe que retorna a su odisea y hace del espacio bananero un universo monstruoso que devora hombres; pero es una zoología literal en la medida en que se trata de un mundo laboral insalubre, inhóspito, anti–urbe, donde las demandas políticas buscan curar mordeduras de serpiente tan concretas como venenosas. Ello hace que la mirada a aquel espacio sea una biopolítica en la medida en que se exige una intervención en el mundo del trabajo que reúne problemas biológicos tangibles, atinentes a una situación oscilante entre una política de vida o una de muerte, con costos corporales deformantes y monstruosos.4 Por su parte, el heroísmo es también metafórico, pero posee un correlato literal en tanto ocurre como fenómeno político, empírico y teóricamente aprehensible; debe recordarse que la metáfora es también una comprensión y praxis sobre la realidad social. En otro ejemplo, los trabajadores bananeros hablan del carisma y valentía sacrificial de Fallas; se verá, como en la dimensión clásica del mito heroico, cuán cerca están la muerte y la animalidad del héroe:
Qué valiente es Fallas! Un poco antes de venirme llegó donde yo estaba. Apareció de un momento a otro en la montaña. Cuatro compañeros muy valientes también, lo seguían. Habían caminado un día y una noche. No habían comido nada. Fallas entró canturreando La Internacional y riéndose estruendosamente. Los otros cuatro caminaban como sonámbulos y cayeron como troza de madera. Fallas se dedicó a atender a la gente que venía a saludarlo. Circuló por muchas millas a la redonda la noticia. Todos los trabajadores venían a ver a Fallas con sus mujeres y sus niños. Fallas les preguntó: 'Están contentos? No se sienten desinflados?' Y todos contestaron vigorosamente: 'No! No! Estamos en pie de lucha, dispuestos a obedecer las órdenes del Partido Comunista'. Entonces Fallas se subió sobre una piedra y les dijo: 'Muchachos, me siento lleno de entusiasmo. Me siento más contento que como me he sentido en los mejores momentos de mi vida. La policía me persigue para matarme. Ando por entre las montañas como un animal salvaje. No tengo ropa, ni calzado, ni nada. Mis camaradas están presos. Mi Partido está en la persecución. Sin embargo, acabo de recorrer muchas fincas; en todas partes hierve el mismo entusiasmo y la misma decisión. Eso significa que la huelga ha triunfado; que la revolución social ha dado su primer gran paso en Costa Rica. Camaradas, si ustedes quieren ser mis compañeros, deben aprender a sacrificarse. Los comunistas tenemos que hacer del sacrificio una profesión. Todos sienten que Fallas está en la zona Atlántica (Trabajo, 1934: 2).
Aquel talante carismático y sacrificial perduró cuando Fallas, al retornar enfermo de paludismo a la capital terminada la huelga, fue encarcelado por incumplir su confinamiento y, claro, porque las autoridades entendieron bien el lenguaje de la revolución social. Su huelga de hambre y una campaña de solidaridad por liberarlo sellaron la metamorfosis del héroe. Toda comunidad heroica, indica el politólogo Herfried Münkler, depende de la escritura, de los poetas que cantarán e inmortalizarán el hecho heroico (2007). La metamorfosis del obrero a escritor tuvo en el pasaje de la rebelión una especie de rito consagrante para hacer del héroe su propio poeta. Las metáforas de la escritura política y la subjetividad en rebelión no se quedaron en las páginas del periódico comunista, tampoco acabaron en el eco de los seguidores del héroe: la metáfora se convirtió en novela.
Como ocurriera con el Tom Sawyer anhelado por Lyra, y el Marcos Ramírez posterior, la publicación en 1941 de la novela Mamita Yunai trastocaría el binomio de la realidad y la ficción, al ser la escritura literaria la que retrataría la experiencia biográfica. De hecho, esas mutaciones de lo estético y lo subjetivo tendrían la particularidad de haberse escrito primeramente en un texto político que luego fue convertido en novela. Mamita Yunai, reconocida novela social del mundo bananero, tuvo como trasfondo inmediato, primero la repetición casi siniestra, ominosa, del espacio monstruoso bananero; el traslado de la United del Caribe al Pacífico Sur del país inició en la década de 1930, forzado por la huelga y el agotamiento de las tierras limonenses (Viales, 1998) y se consolidó al iniciar el decenio de 1940: no con la misma fuerza tenebrosa del Caribe, el Pacífico Sur podía ser también peligroso, inhóspito e insalubre, relativizaba el éxito de la huelga de 1934 y anunciaba que el monstruo, el pulpo de la United, aún estaba vivo y dejaba su huella destructiva en la agonizante provincia caribeña. Segundo, la participación electoral del comunismo y las tradicionales prácticas fraudulentas en los comicios del país (la continua contradicción liberal del poder), llevaron a los comunistas a cuidar de mesas electorales alejadas y vulnerables a la trampa oficialista; fue cuando Fallas, como fiscal de mesa en 1940, hizo su viaje de retorno al espacio monstruoso: Talamanca, lugar montañoso de pasado indígena indómito y cercano a la abandonada selva verde de los bananales del Caribe. La narrativa política de Fallas nuevamente echó mano de un recurso constitutivo en su subjetividad y en su pasaje de niño a obrero, de obrero a militante y de militante a escritor: el viaje heroico. Su extenso informe político fue publicado en varios números del periódico Trabajo:
Nos internamos en la semioscuridad de un abandono, pisando sobre un terreno pantanoso y cuando salimos al claro, llegaban hasta nosotros los grito de los q marchaban a la cabeza [...] ya chapaleando en el agua o hundiéndonos en el barro, llegamos hasta el pie de la empinada loma. Después de un breve descanso iniciamos en silencio la difícil ascensión; árboles enormes con largas trenzas de bejucos, humedad y sombras por todas partes, ni una brisa ni un rumor en la naturaleza: solo lograba percibir, de vez en cuando, el ronco jadear de los que venían más cerca. Poco a poco se iba esparciendo la gente por entre la multitud de tortuosas picadas, profundas, estrechas y resbaladizas, simulando un ejército al asalto de una inexpugnable fortaleza./ Yo trepaba agarrándome con ambas manos de las raíces y de las piedras, mientras arrastraba la bolsa por entre el barro del camino; jadeaba, y sentía que las piernas me temblaban. Cuando hacía un alto para descansar, veía aparecer inmediatamente, de todos los repliegues de terreno, primero los bultos enormes, después las caras sudorosas, y por último los cuerpos curvados por el esfuerzo./ Avanzaban las sombras y la gente venía perdida y regada por el monte. Nada como las sombras y la soledad y el silencio de las montañas desconocidas, para imponer pavor a los hombres más audaces! Quizá por eso comenzaron a gritar los más lejanos, contestáronle los otros, se generalizó el griterío y un coro de potente aullidos horadó el silencio de la montaña. Podía ser la tribu huyendo amenazada, o el regreso de los guerreros victoriosos, con el botín a cuestas y las cabezas de los vencidos colgando de las cinturas! Yo deseaba también lanzar gritos potentes que se quedaban clavados en el corazón del monte y sentía que aquel calor salvaje y primitivo, que aquel aullar de tribu africana, era el lazo fraternal que nos unía través de las sombras y a través de las distancias! [...] El cansancio había terminado con las risas y los gritos, y todos caminábamos silenciosos en acecho del peligro. La luz de los focos brillando intermitentemente; las sombras retorcidas de los árboles; los cuerpos de los hombres, con los brazos en alto, encogidos bajo el peso de los grandes bultos negros, todo formaba un conjunto impresionante y macabro semejando un desfile de fantasmas fugitivos./ ¿De dónde venían y a dónde iban esas gentes, arrastrando al través de los siglos el pesado fardo de su piel quemada? ¿A dónde encontrarían su tierra de promisión?/ Huyeron en la jungla africana de los cazadores de esclavos; tiñeron con su sangre las argollas en las profundas bodegas de los barcos negreros; gimieron bajo el látigo el capataz en los algodonales sin fin y se internaron en la manigua tropical como ''alzados'', perseguidos por los perros del patrón. Para los negros pareciera que se ha detenido la rueda de la Historia; para ellos no floreció la Revolución Francesa ni existió Lincoln ni combatió Bolívar ni se cubrió de gloria el negro Maceo!/ Por eso los pobres negros costarricenses, después de haber enriquecido con su sangre a los potentados del banano, huían de noche, a través de las montañas, arrastrando su prole y sus bástulos. No los perseguía el perro del negrero: los perseguía el fantasma de la miseria (Fallas, 1940: 3–4).
El informe publicado por Fallas después de aquella experiencia electoral de 1940 sería, junto con su temprana vivencia de la hostilidad del enclave y su experiencia de la huelga de 1934, el material básico de aventuras para los capítulos de la novela Mamita Yunai, un título impregnado por la metáfora biopolítica de los liberales que fundaron una especie de estado maternal para cuidar y curar desde la terapia higienista y eugenésica; aludía a una madre oscura, imperial, que no significaba nacimiento sino devoración de sus hijos. En la literatura costarricense, esa incursión crítica en el escenario social de lo biopolítico había tenido tempranas expresiones en Joaquín García Monge (1987) y su novela Hijas del Campo, de 1902, donde realizaba un retrato de la vida social y necesidad de redención sanitaria de la prostitución; para 1912 Lyra vinculaba la enfermedad y la pobreza en el cuento Higiene social (1977), y contaba las humillaciones infantiles de las instituciones de beneficencia en la novela En una silla de ruedas de 1918 (1972); mientras que Max Jiménez, en su alegoría animal de la sociedad costarricense en El domador de pulgas de 1936, retrataba la fundación del control médico del nacimiento, el amor y la muerte (2004).
La descripción político literaria de la anti–urbe del Caribe, en Fallas, tenía la particularidad de adentrarse, como no lo habían hecho los relatos de Lyra en 1931, a ese espacio metafórico, cuerpo materno y fallido, que en vez de dar a luz, daba oscuridad. Su aproximación, en tal sentido, se asemejaba por trazos a la densidad del paisaje, las lluvias, enfermedades y marcas corporales que abundaban en los diarios de campaña de José Martí, durante el levantamiento independentista cubano de los mambises en 1895 al oriente de la isla (Martí, 2007); sin embargo, la constitución de un espacio monstruoso recorrido por el héroe se acercaba más, no a la húmeda y soleada manigua cubana, sino a la incursión tenebrosa del Heart of Darkness (1899) de Joseph Conrad y su adentramiento en el espacio oscurecido de la selva congolesa en el áfrica occidental. El analista Cristopher Hollingsworth (2001), en su estudio sobre la metáfora del insecto en la literatura, indica que es con la novela de Conrad que, por primera vez en la literatura occidental, alguien se adentraba al espacio de la colmena, figuración literaria desde la Antigüedad clásica que, desde Virgilio, había sido recreada como una metáfora óptica que observaba la comunidad y el orden político de la colmena desde arriba. Mamita Yunai pareciera ser el primer internamiento al corazón de la oscuridad en la metafórica sociopolítica costarricense: la madre devoradora, mito cuya versión occidental, ciertamente, da origen al nacimiento y personalidad del héroe (Jung, 2000). Es difícil determinar si Fallas había leído a Martí (ya que conocía de los mambises cubanos) o a Conrad (por su posicionamiento literario),5 pero su alusión en la novela al tema étnico de la negritud y a la experiencia esclavista africana supone ser una poderosa coincidencia metafórica que sirve tanto a la constitución política y literaria del héroe, como a darle piel y corporalidad a aquel espacio monstruoso y devorador del Caribe.
Héroes y monstruos de carne: epílogo
Las premisas teóricas en torno a la metáfora permiten apreciarla en sus usos epistemológicos, pero también prácticos: la metáfora se escribe y se actúa. En tal caso, el héroe y lo heroico se funden en una narrativa, pero ocurren socialmente, son tangibles desde el viaje descrito y el viaje realizado, desde la declaración y el informe político, desde el testimonio carismático y la experiencia de la insurrección. Lo heroico entonces no se limita a la estatuaria de lo nacional o al mito literario, sino que se convierte en vivencia estructurante del mundo político y de la biografía en rebelión, hace que la historiografía implique también analizar los ''como si'' del pasado: los hechos fueron, ocurrieron, quedaron registrados, pero tienen significados, los dados consciente e inconscientemente por sus actores, los otorgados por el estudio e interpretación posterior, al notar que sucedieron como si...
No es muy distinta la experiencia de lo monstruoso y lo animal; sus muchas figuraciones metafóricas en el lenguaje de lo político desbordan la alusión, escapan a la ficcionalidad textual para revelar que el tránsito, el movimiento de significado, la constitución de un significante, posee un cuerpo, una piel, un pelaje, escamas incluso, veneno en el peor de los casos, y ello se hace tangible, siguiendo el caso de Fallas, a partir del escenario sobre el cual se performativiza lo heroico: el espacio caribeño, el mundo laboral de las bananeras, un espejo oscurecido de la identidad nacional no alcanzado por la intervención biopolítica, donde se reflejan imaginariamente ajenos pasados de esclavitud, pero salvajismos, enfermedades e injusticias sociales muy propios, donde el trabajo del enclave devora como un monstruo o un animal (como un como si) al obrero, donde lo tangible, tras su máscara de héroe, es un cuerpo vulnerable.
NOTAS
1 Este artículo se desprende de una investigación en curso para mis estudios doctorales en la Universidad Libre de Berlín, donde analizo las metáforas de lo heroico, monstruoso y animal en el saber biopolítico y zoológico político de la primera mitad del siglo XX en Costa Rica. Versiones preliminares se presentaron como ponencia en dos actividades académicas: una, el encuentro de doctorandos latinoamericanistas en Alemania, de la Universidad Católica de EichstÄtt, Ingolstadt, Alemania (Neue Forschungen für Geschichte Lateinamerikas. Tagung für Nachwuchswissenschaftler, 20–22 de octubre 2011); y la otra en la Universidad Católica de Milán, Italia, para el II Coloquio–Taller Europeo de Investigación REDISCA (Red Europea de Investigaciones sobre Centroamérica) sobre ''Rebeliones, (R)evoluciones e Independencias en Centroamérica'' (Università Cattolica del Sacro Cuore, Milano, 18–19 de noviembre 2011). Agradezco a organizadores y participantes de ambas actividades por las críticas realizadas a las ponencias previas.
2 Revisé las dos principales revistas médicas entre fines del siglo XIX y mitad del XX, la Gaceta Médica y la Revista Médica de Costa Rica, y es notable la diferencia de clase que traza el uso de la fotografía en medicina: pacientes de origen popular con toda clase de padecimientos, y admirables retratos de médicos. Miradas de sufrimiento o de autoridad, rostros tristes o alegres, también se distribuyen según esa jerarquía.
3 En dos citas textuales, esta y otra más adelante, del año 1934, la referencia indica el nombre del periódico Trabajo como autor. Era frecuente que el semanario comunista no mostrara la autoría de los artículos; en tales casos indico en las citas el nombre del periódico como autor.
4 No podrá abordarse aquí el tratamiento que hace Fallas en la novela Mamita Yunai acerca del sufrimiento corporal, la mutilación y la muerte que representa el trabajo en las bananeras, tema que analizo en la tesis doctoral antes mencionada. Vale hacer un adelanto del tema a partir del texto de Mackenbach y Grinberg, donde se analiza la novela de Fallas desde la vinculación entre el cuerpo femenino negro, deforme, monstruoso e incitante y la naturaleza del Caribe (2006).
5 El informe político, que da lugar posteriormente a la creación de la novela Mamita Yunai, no se escribe como diario, a diferencia del texto martiano, donde la densidad natural, sin embargo, no contiene una narrativa heroica del yo. Como texto político, y no obra literaria, el informe de Fallas es más parecido a los posteriores diarios revolucionarios de Ernesto Che Guevara. Queda pendiente una reconstrucción temporal y geográficamente más amplia de esas narrativas políticas, heroicas, de rebelión y revolución, que (sería la hipótesis) hacen del Caribe un espacio monstruoso para la odisea.
REFERENCIAS
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