GUERRA Y POBREZA EN COLOMBIA
JUAN FERNANDO GARRIDO
Estudiante de quinto semestre de Economía y Negocios Internacionales de la Universidad Icesi. Este trabajo fue realizado en el curso de Teoría Macroeconómica I con la profesora Blanca Zuluaga.
RESUMEN
Vale la pena aclarar que este trabajo fue realizado a finales del año 2000, por consiguiente las cifras que aquí se encuentran han podido sufrir variaciones durante el presente año.
¿Existe alguna relación entre esta guerra que nos azota desde hace más de cuatro décadas y los niveles de pobreza que presenta el país?
Por conflicto armado me refiero básicamente al problema con la guerrilla. A los secuestros, a las extorsiones, a los bloqueos a las carreteras, a las voladuras de torres de energía y oleoductos, y a las demás acciones terroristas. Mientras que por pobreza hago alusión a una mayor escasez de nuestros limitados recursos. A que la "torta de la riqueza" que nos tenemos que repartir todos los colombianos se hace cada vez más pequeña. Y lo que es peor aún, que la porción que les corresponde a los ciudadanos menos favorecidos es la más afectada.
¿El conflicto armado que actualmente está padeciendo nuestro país es entonces una causa o una consecuencia de la pobreza?
Por una parte, la incapacidad del Estado para satisfacer las necesidades básicas de muchos ciudadanos (educación, salud, seguridad, empleo, etc.) es causa directa de nuestro conflicto armado. Por otra, el conflicto armado le quita competitividad a nuestros productos, provoca una fuga masiva de capital tanto económico como humano, produce desempleo, etc. El problema adquiere más bien la dimensión y las características de un círculo vicioso.
Yo considero que se genera violencia cuando hay un Estado incapaz de satisfacer las necesidades más elementales de algunos miembros de la sociedad. Sin embargo, de la misma manera creo que toda forma de violencia destruye la riqueza.
CLASIFICACIÓN B
PALABRAS CLAVES
Pobreza, conflicto armado
PRIMERA PARTE
Ante todo vamos a hacer el análisis desde el siguiente punto de vista: la pobreza es la que provoca la guerra.
Todo ser humano busca satisfacer unas necesidades. Estas las podemos organizar de manera piramidal. Si comenzamos desde la base hacia la cima encontramos en primer lugar las necesidades fisiológicas, aquellas que permiten el normal desempeño de nuestro cuerpo (agua, alimentación, sexo, aire ). En segundo lugar tenemos las de seguridad, éstas se refieren al deseo humano de estar fuera de peligro o riesgo. Luego aparecen las necesidades sociales, el hombre busca pertenecer a un grupo, busca compañía, amor, amistad. Posteriormente siguen las relacionadas con la estima, se trata de la búsqueda por el respeto a sí mismo y el de los demás. Finalmente, en la cima de la pirámide vemos las de realización personal, aquí hallamos todo aquello que tiene que ver con el deseo de maximizar el potencial personal. Vale la pena mencionar que los individuos intentan satisfacer estas necesidades en forma secuencial, de la más a la menos elemental, de la base de la pirámide a la cima.
Se supone que el Estado debe velar para que cada uno de sus individuos logre satisfacer al menos las necesidades básicas, las fisiológicas. Sin embargo, el Estado colombiano es ineficiente y no alcanza a proporcionarle a una enorme cantidad de compatriotas las más elementales necesidades como lo son la alimentación, la salud, entre otras. Muchos campesinos que cultivan por ejemplo papa o yuca, reciben unos ingresos insuficientes para sobrevivir. Estos campesinos se ven entonces obligados a sustituir sus cultivos tradicionales por los cultivos ilícitos (coca y amapola). Sabemos que todo lo que va al margen de la ley genera más dinero y de forma más rápida. También conocemos que el narcotráfico es el peor flagelo de nuestro país. Es el motor, la principal fuente de financiación de nuestro conflicto armado.
Ahora bien, si nuestro Estado es incapaz de satisfacer las primeras necesidades de sus ciudadanos, ni qué hablar del resto. Las necesidades que siguen en la jerarquía son las de seguridad. Es claro que este es uno de los principales "lunares" de nuestro Estado. Vemos cómo cada día que pasa, nuestro gobierno, nuestras fuerzas armadas se muestran más impotentes frente a las extorsiones, frente a los secuestros. En las ciudades, los individuos que se encuentran bajo amenazas se movilizan en carros blindados y protegidos por guardaespaldas. Mientras que en el campo, las personas que temen por su integridad deben organizarse para poder financiar a los grupos de autodefensa, o bien sea a la misma guerrilla para que las proteja donde el Estado no existe. En los últimos años, estos grupos paramilitares han crecido exponencialmente y se han convertido en uno de los agentes de nuestra guerra. Ni para qué entonces hablar de las necesidades que se encuentran en niveles superiores: las sociales o las de realización personal.
Tomemos el ejemplo del empleo. Cuando el ser humano tiene unas buenas condiciones de trabajo, o cuando por lo menos tiene trabajo, está satisfaciendo su deseo de pertenecer a un grupo (necesidades sociales). Además, está maximizando su potencial personal (necesidades de realización personal). Pero lo que es más importante aún en la mayoría de los casos, está contando con un ingreso que le permite satisfacer a él y a su familia las necesidades más elementales: la alimentación, un lugar en donde vivir, algo para vestirse, y si alcanza la educación para sus hijos.
Sin embargo vemos cómo nuestro Estado es cada día menos capaz de garantizarnos este derecho al trabajo, o necesidad si la queremos llamar así. Cada vez los niveles de desempleo son más altos. Actualmente el índice de desempleo es del 20.5% en todo el territorio nacional, y del 21.5% en Cali. Cada vez son más las personas que las empresas tienen que despedir por las reestructuraciones que la crisis económica ha obligado a hacer. O quizá son las organizaciones burocratizadas e ineficientes las que han provocado la crisis. En fin, ese no es el punto, el hecho es que cada día hay más colombianos que pierden su empleo. Por lo general, estas reestructuraciones se comienzan a hacer por la base de la pirámide laboral, es decir, despidiendo a una enorme cantidad de obreros. Para mucha gente, la guerrilla y los grupos paramilitares se han convertido en una única solución al problema del desempleo. Estos grupos al margen de la ley, reclutan hombres, mujeres y niños, a cambio de un salario mensual, de un par de trajes camuflados y de un par de botas al año. Todas estas personas que se insertan de esta forma, pasan a ser "obreros" o "soldados rasos" de estos grupos subversivos.
SEGUNDA PARTE
En nuestra primera parte hicimos un análisis desde la óptica "La pobreza es la que genera la guerra". En esta segunda parte abordaremos el problema desde el punto de vista opuesto: " La guerra crea pobreza".
Hoy en día escuchamos muy frecuentemente hablar de la globalización. Nosotros, por ser estudiantes de Economía y Negocios Internacionales lo oímos y lo estudiamos más a fondo. Pero, ¿tiene alguna relación este concepto, o más bien este fenómeno de integración que están viviendo los países, con la problemática que estamos estudiando? ¿Qué tiene que ver este asunto con nuestro conflicto armado?
Pues sí tiene que ver y mucho. Para no quedarnos rezagados y llevar a cabo un adecuado proceso de integración con los países de la región y con el mundo entero debemos ir desmontando gradualmente nuestras tarifas arancelarias. Pero lo que es mucho más importante, tenemos que ser muy competitivos en diversos sectores para que de esta manera nuestros productos puedan ser bien acogidos por el resto del planeta. Muchas empresas colombianas tienen muchas más dificultades que las empresas de otros países para lograr con éxito el objetivo mencionado anteriormente. Por ejemplo, la falta de tecnología avanzada, de recursos económicos, de una mano de obra bien calificada, entre otras. Sin embargo, aparte de estos obstáculos los empresarios colombianos tienen un inconveniente adicional: la guerra.
La guerra disminuye la competitividad de nuestros productos frente a los de muchos otros países. Los bloqueos a las vías, los paros, las voladuras de torres de energía y oleoductos, incrementan los costos de nuestros productos, por consiguiente nuestros precios. Tiene un efecto similar al que tiene un incremento en nuestra tasa de cambio real, una apreciación real reduce pues las exportaciones y aumenta las importaciones. La situación es aún más grave para algunos empresarios cuando pierden sus productos, bien sea porque la guerrilla quema los camiones en que los transportan o porque son productos no perecederos y se dañan debido a los bloqueos de las vías.
Claro está que con los bloqueos a las vías, la voladura de puentes y peajes y la destrucción del parque automotor, el sector de transporte es la principal víctima. Según el viceministro de Transporte, el país pierde cerca de $33.000 millones anuales a causa de los bloqueos en las vías. Hasta octubre de este año, las voladuras de peajes le han costado al gobierno $2.479 millones, tan sólo en la reposición de equipos. Otros $1.329 millones se han destinado a la reconstrucción de casetas, de acuerdo con el Departamento Nacional de Vías, Invías. Guillermo Sarabia, subdirector de Valorización y Peajes, aclara que estos gastos no siempre los asume la nación en forma directa. Ello en razón a que, en muchos casos, el Estado ha entregado en concesión a firmas privadas el mantenimiento, la seguridad y el recaudo de los peajes, por lo que no puede decir que los atentados afectan el presupuesto nacional. Según la Confederación Colombiana de Transporte de Carga por Carreteras, Colfecar, sólo en el pasado mes de mayo los bloqueos viales y la parálisis del parque automotor hicieron que la industria dejara de facturar más de $125.300 millones.
Por su parte los atentados contra el negocio del transporte de energía, desde febrero del año pasado hasta octubre de este año, dejaron 563 torres derribadas y 57 líneas de transmisión fuera de servicio. De acuerdo con la Empresa de Interconexión Eléctrica S.A., ISA, los costos por daños en la infraestructura eléctrica superan los US$18.5 millones. Eso sin contar con la reparación de las torres, que se calcula en unos $400.000 millones. La reparación de cada torre le cuesta al país $100 millones. Como consecuencia de las voladuras, tan sólo en febrero de este año el país pagó cerca de $1.600 millones diarios por la compra de energía de mayor costo. La salida de servicio de líneas de transmisión de energía de 500, 230 y 110 kilovatios ha reducido la capacidad de transmisión entre los grandes centros productivos y de consumo. Por eso, regiones como la Costa Atlántica quedan aisladas, debido a que las dos líneas que las unen con el centro del país han llegado a tener hasta 30 torres derribadas.
Ahora bien, el problema de la voladura de oleoductos no es menos grave. La Empresa Colombiana de Petróleos, Ecopetrol, de propiedad estatal, ha sido víctima de una cantidad absurda de atentados. Cada uno de estos ataques representa tres graves perjuicios a la economía colombiana. El primero es el costo ecológico por la contaminación de las aguas, por culpa de la cual disminuyen o desaparecen los recursos naturales que aprovechan los campesinos para la pesca o el riego de las tierras. El segundo es el costo económico que representa el crudo derramado. El tercero es el costo de las reparaciones y el del petróleo, que mientras éstas se realizan, se deja de producir.
La siguiente tabla nos muestra los tres costos mencionados anteriormente para el caso particular del oleoducto Caño-Limón Coveñas. Cifras en millones de pesos 1995. (Fuente: Dirección Corporativa de Seguridad/Ecopetrol).
Al grave inconveniente de la falta de competitividad de nuestros productos se agrega otro obstáculo para el desarrollo de Colombia.
Se trata de la disminución de la inversión a causa del conflicto armado. Tanto los inversionistas locales como los extranjeros prefieren no tener capital en el país debido al alto riesgo que esto implica.
En lo que a los inversionistas extranjeros se refiere, vemos que el ingreso de capital a Colombia cayó en 54% durante el primer semestre de este año. Ante la incertidumbre económica y política que nos rodea, las firmas internacionales calificadoras de riesgo le han ido bajando progresivamente la calificación a nuestro país. Esto ha desatado una fuga masiva de capitales extranjeros. No es que no sea rentable invertir en Colombia, lo que sucede es que el riesgo es demasiado alto. En el primer semestre de 1999, la inversión extranjera directa cayó en US$800 millones. De acuerdo con el Banco de la República esto se produjo porque las multinacionales petroleras sacaron US$762 millones en reembolsos a sus casas matrices en los primeros seis meses. Las multinacionales petroleras hicieron mayores reembolsos a sus casas matrices, dado que los proyectos en los que trabajan superaron la etapa de exploración en la que se invierten sumas de capital y se encuentran ahora en una explotación y comercialización. Claro que también las firmas petroleras sacaron "petrodólares" a causa de la guerra, pues recordemos que ellas son blanco frecuente de ataques dinamiteros y campañas extorsivas de la guerrilla.
Y si los inversionistas extranjeros no están invirtiendo en Colombia, nosotros mismos tampoco lo estamos haciendo. Ante el aumento de manera exponencial de los secuestros, ante anuncios como el de las FARC de su ley 002, muchos inversionistas locales intentan trasladar su capital a países más seguros.
Según el presidente de la Bolsa de Occidente, el movimiento de capitales cayó en 24.8% entre 1995 y 1999, y presenta además un preocupante atraso en Latinoamérica frente a países de economías más pequeñas como Costa Rica y El Salvador, en los cuales se han disparado las inversiones privadas. No hay otra razón que tenga un impacto tan definitivo en el campo de la inversión productiva que la inseguridad y el auge de la violencia. Tal comportamiento, subrayó el presidente de la Bolsa de Occidente, es una muestra de la fuga de capitales y el empobrecimiento del ahorro nacional que se ha venido viviendo.
Pero los inversionistas nacionales no temen solamente por su dinero sino además por sus propias vidas. Es decir, que no sólo estamos experimentando una fuga del capital físico nacional sino también una fuga de capital humano. Muchas de las personas que tienen la riqueza de este país se han ido junto con ella a lugares más seguros. Muchos profesionales, sobre todo gente joven que se acaba de graduar, han decidido buscar mejores horizontes en otros países ante la imposibilidad de encontrar un empleo en Colombia. Estamos pues desperdiciando un potencial humano capacitado que podría estar contribuyendo al progreso de nuestro territorio. Muchos de estos colombianos son muy talentosos, por consiguiente muy bien acogidos y sobre todo muy bien remunerados por el país al que han emigrado. Este fenómeno es lo que se conoce como la "fuga de los cerebros".
Con la inversión por parte del Estado sucede algo particular. No es que el gobierno colombiano esté invirtiendo los recursos económicos en otros países; no, ni más faltaba. Lo que ocurre es que la guerra hace que este tipo de inversión esté mal canalizada. Se destinan demasiados recursos para las fuerzas armadas y se deja de invertir adecuadamente en otros sectores de vital importancia como los de la educación, la salud, la investigación y el desarrollo. Con esto no quiero decir que estemos desperdiciando la plata en nuestro ejército, pues la magnitud del conflicto así lo requiere. En muchas oportunidades vemos que nuestras fuerzas armadas se muestran impotentes frente al poderío de la guerrilla, cómo sería entonces si les recortáramos el presupuesto. Claro está que aquí debemos tener en cuenta otro flagelo que azota a nuestro país y que a su vez es generador de pobreza, la corrupción. A muchos altos mandos militares les conviene que la guerra nunca se acabe ya que ellos roban buena parte de los recursos que el gobierno nacional les asigna para la lucha armada. Podría extenderme hablando acerca de cómo la corrupción trae pobreza, pero considero que me estaría saliendo de mi tema central que es guerra y pobreza.
Continuando con lo que al presupuesto militar se refiere, vemos que en promedio América Latina utilizó en 1995 el 1.7 por ciento de su Producto Bruto en defensa, mientras que Colombia destinó a este rubro el 2.6 por ciento en el mismo año.
Ahora bien, la pérdida de la fuerza por parte del Estado, la disminución en la inversión, el debilitamiento de la capacidad productiva y de la competitividad del país en los mercados internacionales, han traído consigo enormes perjuicios sociales.
Uno de los que más nos aqueja y toca nuestros hogares es el desempleo. Si el gobierno y la guerrilla logran concretar un cese de hostilidades, y un acuerdo para la reactivación del empleo, en menos de cuatro años el país podrá bajar la tasa de desocupación al 10%. Así lo considera Nicanor Restrepo Santamaría, presidente del Grupo Empresarial Antioqueño, en una entrevista que concedió al diario El País "Las cuentas que nosotros hacemos es que con un cese de hostilidades el solo desempleo caería siete puntos, y con una estrategia de choque adicional podríamos tener una tasa de desempleo del 10% en el 2004. Para eso es fundamental el ingrediente de la paz..."
Tanto el desempleo como el incremento en los impuestos de guerra que la población se ve en la obligación de pagarle al Estado (los Bonos de Paz por ejemplo), terminan por disminuir el poder adquisitivo de los colombianos, por volvernos más pobres a todos. Peor aún si agregamos los impuestos no oficiales que muchos compatriotas han tenido que pagarle a la subversión (boleteo, extorsión, secuestro, etc.)
CONCLUSION
Entrar a discutir qué fue primero, si la pobreza o la guerra, sería como caer en el dilema: la gallina estuvo primero que el huevo o el huevo estuvo primero que la gallina. Para muchos la criminalidad no es consecuencia directa de bajos niveles de actividad económica, pero estos desempeños sí pueden darse como consecuencia de altos índices de criminalidad. Sin embargo, en nuestra primera parte vimos que la incapacidad del Estado para satisfacer las necesidades básicas de muchos ciudadanos (educación, salud, seguridad, empleo, etc.) es causa directa de nuestro conflicto armado. En lo que si todos coincidimos es en que la guerra genera pobreza. En la medida en que el conflicto armado le quita competitividad a nuestros productos, provoca una fuga masiva de capital tanto económico como humano, produce desempleo, etc. El problema adquiere más bien la dimensión y las características de un círculo vicioso. Cada día que pasa la guerra destruye "riqueza", cada vez nos volvemos más pobres. Al ser más pobres nuestras necesidades se incrementan y tenemos mayores dificultades para satisfacerlas. La violencia se convierte así en una alternativa para aplacar nuestras carencias, o en una señal de protesta por no lograr saciarlas. Y de esta forma la historia vuelve y se repite.
De pronto la pobreza como tal, no es tanto la causa de la guerra. ¿No será más bien nuestra falta de simpatía, de la cual hablaba Amartya Sen (premio Nobel de Economía en 1998), la culpable de nuestro conflicto armado? Esa indiferencia que nos caracteriza a nosotros los colombianos, el hecho de no meternos en el "pellejo" de los demás, de los menos favorecidos. En el coloquio sobre pobreza que hubo en nuestra Universidad, se concluyó que existen los recursos necesarios para solucionar los casos de miseria. Entonces, ¿no sería saludable si nos detuviéramos a pensar qué puede hacer cada uno de nosotros para disminuir nuestros actuales niveles de pobreza?
BIBLIOGRAFIA
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